Así comenzó Títeres en ruta el año pasado, marchándonos a Aveinte, pero no “a veinte” por hora, sino a un pueblecito muy acogedor de la provincia de Ávila.
Ya no está nuestra querida Montse al frente del consistorio, aunque la nueva corporación nos trató con igual cariño y tuvimos la ocasión de saludar a nuestra amiga Montse, que acudió junto con su familia a la representación.
Ya no está nuestra querida Montse al frente del consistorio, aunque la nueva corporación nos trató con igual cariño y tuvimos la ocasión de saludar a nuestra amiga Montse, que acudió junto con su familia a la representación.
Como era de esperar, en medio del show su hijo Ángel, habilidoso prestidigitador, regaló a sus paisanos un truco de cartas estupendo, enriqueciendo así la función.
El público, muy numeroso, fue genial y creo que ha sido la primera ocasión este año en la que hemos actuado absolutamente tranquilos y sin nervios, ya que en la plaza de Aveinte se respiraba un clima fenomenal, donde las señoras mayores compartían silla con los nietos y la gente joven peleaba el sitio en la primera fila para disfrutar del show.
Salió perfecto.
Al terminar, echamos un ratito de tintos de verano y conversación, asistimos al concurso de disfraces organizado por los vecinos y dimos buena cuenta de unos fabulosos bocatas de panceta (he de decir que yo no me comí el pan, porque si no tendríamos que comprar una caravana de seis plazas).
Decidimos (contra el criterio de Laura, que debe ser algo bruja) volver a dormir a Valladolid y tras haber llevado el timón con mano firme durante toda la travesía, al encarar nuestra calle, a cuarenta metros de casa, el bueno de Cesar calculó mal las coordenadas y se comió un bordillo bien afilado, pinchando una rueda de la caravana.
Total: nos acostamos a las cuatro de la mañana, cansados como perros.
Son cosas que pasan y gracias a Dios y al taller más cercano, ya tenemos ruedas nuevas y lustrosas y podemos seguir rodando.
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