Estamos en tierra de campos y las inmensas planicies castellanas, cuajadas de palomares y espigas se nos antojan un océano por donde navegar con nuestra caravana.
Madre mía...cuando me pongo así no hay quien me aguante.
Vamos a Bolaños de campos, a ver a Luis y al señor alcalde, quienes han tenido la deferencia de volver a contar con nosotros un año más.
Hace mucho calor, treinta y tantos grados y los girasoles se mueven como señoras de gimnasio en plena "operación bikini".
Atravesamos pueblos de casas señoriales, pueblos que nos hablan desde sus piedras de pasados gloriosos, de agricultores quemados por el sol, de jóvenes que marcharon a la ciudad en busca de un futuro más cómodo, dejando las calles y las plazas del pueblo mudas y tristes.
Al avanzar por la tierra de campos, nos damos cuenta de que Castilla fue el granero del mundo y ahora solo hay quietud y silencio.
Dentro del coche, comprendemos de donde venimos y nos preguntamos a donde iremos, y que pasará por el camino.
Pero llegamos a Bolaños y Luis viene a recibirnos, con una simpatía y un cariño que hace que se nos olviden las penas.
Algo "picado" con nuestras alabanzas al embutido de la Sierra de Francia, nos hace entrega de chorizo y lomo elaborado en Bolaños donde, nos cuenta orgulloso, hay tres fábricas de elaboración de productos procedentes de la matanza.
Montamos el tinglado en el pabellón multiusos, ya que en Bolaños apenas hay zonas de sombra y con el calor que esta cayendo, sería una temeridad actuar a pleno sol.
Comenzamos con algo de retraso, pero el público que poco a poco a ido ocupando las localidades hasta completar aforo aguarda pacientemente a que estemos listos.
De nuevo caras conocidas, rostros que recordamos de nuestro paso por Bolaños el año anterior.
Títeres, rasgueos de guitarra, "hombres-lobo-salchicha" y mientras actuamos, podemos observar como los pequeños y los mayores se dejan atrapar por la magia del teatro.
Fagót, cajón y golpe final de claqueta.
Aplausos...respiramos tranquilos y orgullosos.
Desmontamos con calma, mientras las fuerzas vivas del pueblo nos preparan un refrigerio (ya saben ustedes...tinto de verano titiritero) y aprovechamos la ocasión para interesarnos por las novedades que han ocurrido en el pueblo.
El alcalde, un castellano amable y pausado, nos va relatando como han conseguido capear la crisis, que vecinos se han marchado y quienes han vuelto, como sortean los escollos de una administración que absurdamente penaliza a aquellos que gestionan sus bienes de forma correcta. Que absurdo es todo...¡cómo no vamos a estar indignados!
Mientras charlamos, Laura empieza a encontrarse mal. Quizás el cansancio acumulado o el calor, no sabemos, pero la pobre sufre un pequeño colapso y termina vomitando el almuerzo en el baño del pabellón.
Cesar se pone a los mandos de la nave y a base de mucha paciencia conseguimos poner rumbo hacia Valladolid.
Laura está recuperada y hoy nos encaminaremos a Villalán, donde nos aguardan unos viejos amigos.
Estos pueblos, pequeños y casi olvidados, son los que mejor entienden el espíritu de esta iniciativa y la verdad es que, cuando actuamos para los pocos vecinos que quedan, se nos olvidan las penalidades, el cansancio y las dudas y nos sentimos realizados.
Abrazos y besos, amigos.
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